La gente se va (y suele irse) por reflejo y gusto ajeno. Nadie disfruta más el partir que el vidente en tercera que hace las veces de futuro relator de historias incontables. Es por eso que a cada acto nuestro vislumbrado por un alguien más, le ponemos tanto esmero y la improvisación del momento en que creemos vivir más a pleno. Brillamos a la altura de Nínive. Somos el uno en el instante en el lugar adecuado. Y hacemos de eso el arte de trascender ese momento. Mientras falte el público reñimos y escupimos el suelo en que dormimos. Mientras falte el auditor no hay discurso valedero. Pero si alguien que está mira el derredor sabemos que algo no está bien. Y la pregunta es otra vez... "Me voy? O me quedo?" A fin de cuentas es siempre la misma cosa. Si me voy nunca me voy a menos que lo vaya. Si me quedo, no me quedo si no tengo al menos ganas de que se queden conmigo. Ave.