Carlitos, el conserje del edificio, usa el ascensor para hacer tareas varias. En el segundo piso se sube y como la vieja consorcista le cierra la puerta en la cara y ya no le presta atención, me mira y me sigue hablando a mi.
- La felicidad cuesta muy poco en realidad, Loza. Si vale o no vale es cosa tuya. Pero cuesta poco. Y no es un descubrimiento de iluminado ni una revelación psicodélica, ni mucho menos. No. Es al fin y al cabo la voluntad de sacarse el ruido a masa de la cabeza, de incursionar en el ahora, sí, exactamente ahora no hacés otra cosa que escucharme, o no? Es, en parte, encerrarse en un espejo de 360 grados... y mirar; es dejar de intentar perpetuar los estados, es saber el comienzo pero no el final. Y saber que indefectiblemente hay un final. La felicidad, me temo, tiene más gusto a espíritu de reposo en el eterno cambio que a la tierra prometida que nunca, yo te aseguro que nunca, te va a llegar tan verde como la veías desde lejos... yo bajo acá.