Yo me invento momentáneamente, como para existir de forma virtual mientras caigo a tierra.
Luego, poco a poco, voy desmembrando las bolsas que traje por equipaje y desmenuzo mi bagagge. Así, con el tiempo mirándome de cerca y con su entrecejo fruncido, desarmo mis paquetes y me esparzo a mis anchas por la vida, por la calle, por mi pieza...
De igual manera ensamblo una parte de lo que voy a necesitar: mi carácter por ejemplo. Luego vienen las virtudes en particular, los talentos. Siempre me gusta comenzar así, noto en mi a veces, un dejo de optimismo. Después vienen los defectos, los romances, las lágrimas, las historias inacabadas, los pensamientos de adolescencia, mis estudios secundarios, las maldiciones que más voy a utilizar, el lenguaje para entablar conversaciones, el oído musical, el disgusto por las multitudes, la necesidad de un apoyo literario, un hilo de trascendencia por lograr, que siempre estará ahí...
Este proceso me lleva, no lo voy a negar, un largo rato. Trabajo arduamente, sin distracciones, pensando en recompensas propias y futuras cual las lágrimas de emoción que comenzaré a sentir en cuanto nazca.
Una vez avisados todos mis procesos y habiendo revisado por segunda vez que la faceta del futuro amor certero quede incompleta e imposible de concretarse, desarmo mi primer unidad virtual creada al efecto solo de sentarme a organizar los procesos anteriores.
Ya estoy establecido. Mis premisas reinan en cada esquina; el cristal muestra sólo lo que debo ver el resto de mis días, hasta que sea desinstalado por el usuario. Arrojo un par de facilidades en la mesa, en el escritorio, me torno simple de entender, aprendo el lenguaje y dejo que aquel me manipule, comenzando por un paseo por el sistema operativo que le enseñará cómo utilizarme mejor y sacarme el mejor provecho según sus preferencias.
La instalación ha finalizado con éxito.
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